-Las
circunstancias pueden ser un campo minado de trampas difíciles de eludir, en el
que se camina sobre el riesgo, hasta que se cae en una de ellas. Terminé metido en el negocio de la muerte, porque todo tiene consecuencias y una cosa a veces conduce a otra
automáticamente. Siempre hay que pagar
un precio, nada en este mundo es gratis, ni siquiera lo que el dinero no puede
comprar; el cobro llega tarde o temprano de alguna parte. Este fue el oficio en el que me enrolaron las
coyunturas de la vida, pero yo no soy malo, hombre.
-Usted
lo ve así Eusébio, pero andar matando cristianos, sea por dos pesos o miles, es
demoníaco. ¿Acaso carece de
remordimientos? Para qué tiene el escapulario
en el tobillo, se da bendiciones y le reza a la Virgen, cuando está viviendo la
existencia del condenado.
-¡Ah!,
cállese viejo, deje de hablar con voz de santo, no le va tirárselas de gallinazo solapado; la tía me ha contado sus historias.
- No me
saque los trapos al sol, están secos. Años
hace que me convertí al trabajo honesto.
Mejor piense, porque cualquier día le van a dar de lo mismo que se la
pasa repartiendo y va a caer como un trompo, sin tiempo de arrepentirse en los
últimos estertores para salvarse del infierno, donde ya compró tenebroso lote
con sus actos.
Instantes
después fueron interrumpidos. Un joven bajó
de una motocicleta, se acercó a Eusébio, y le hizo tres disparos certeros a
quema ropa en el pecho, con el arma que escondía entre la chaqueta.
El
tío murmuró, -No quise ser ave de mal agüero hijo-, pensando que no era con
él, pero el matón aún no había terminado su labor.
Patricia Helena Vélez R.
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