Otras letras

martes, 7 de octubre de 2014

LA CONCUBINA PELIRROJA

Irene entró en el recinto y las memorias olvidadas por los tiempos, salieron del baúl de los malos recuerdos por las gargantas de las airadas señoras, quienes le lanzaron fieras miradas, mientras comentaban el encono que les despertó su importunante presencia y los motivos que tenían para barrerla de allí, a punta de mal de ojo.

Elsy, condiscípula suya en la universidad, fue la única que le dirigió la palabra para saludarla y recibirle con agradecimiento el pésame por la muerte de su padre, que en poco tiempo sería llevado a la capilla del cementerio para la misa del último adiós y luego, a la sala de cremación.

Eludió la incomodidad de sentirse observada despectivamente y acudió a ver a quien fue su amante por once alocados meses juveniles. El féretro estaba cerrado y levantó el postigo de madera para verle el rostro, entre tanto quienes se encontraban sentados en derredor, se pararon y abandonaron el lugar donde al parecer, no cabían con su cínico dolor.

Juvenal lucía amarillento y el rostro ya viejo, que no veía hacía ocho años y medio, comenzaba a hinchársele. Lo observó por unos instantes en silencio, rezó mentalmente una oración y se dispuso a marcharse, antes de que las lágrimas le surcaran el rostro y las fuerzas emocionales la abandonaran para enfrentar la salida de aquella boca de lobo.

Cuando cruzaba la mitad de la sala de velaciones, en el rostro de una pequeña pelirroja que estaba colgada del brazo de Estella la madre de Elsy, reconoció el suyo, quedando tan impactada que se detuvo petrificada por el desconcierto. Rebeca una compañera de estudios se le acercó sacándola del ensimismamiento y haciendo desviar sus ojos de la niña.

Su amiga la invitó a tomar algo en el cafetín del cementerio y esperar la hora de la ceremonia religiosa. Irene que había estado a punto de irse despavorida, cambió de parecer, ante la visión que había acabado de tener y aceptó. Atravesaron la puerta, el corredor y los jardines e Irene desalojó la tensión que la embargaba.

A cada paso los conocidos, le negaban el saludo o las discriminaban a ambas con chispas de odio en las pupilas. En la cafetería, hablaron un poco del pasado, las actividades de actualidad y la muerte sorpresiva de Juvenal, hasta que fueron interrumpidas bruscamente por una señora que se les sentó a la mesa de improviso.

Doña Susana saludó cordialmente a Rebeca y le habló a Irene seca y pausada, con los colores subidos en las mejillas. –Usted no tiene derecho a estar aquí, hizo sufrir mucho a mi hermana, váyase, de una buena vez, es una mujer sin escrúpulos y corazón, no me obligue a decirle en público lo que no le gustará escuchar; no sé que haces con ella María rebeca, tú que si eres una buena persona-, e inmediatamente se retiró.

Irene había olvidado la pelirrojita, sobre la que estuvo a punto de preguntarle a Rebeca, antes de que apareciera la amenazante señora, y decidida a esfumarse, se incorporó tomando el bolso lista para despedirse, pero en esos momentos entró la chiquilla al sitio y sin pensarlo dos veces, volvió a acomodarse. El parecido era demasiado notorio y eso era bastante extraño, tenía que averiguar quién era.

Rebeca sugirió se marchara, ella regresaría al velorio y era mejor evitar problemas. Se despidieron, e Irene se quedó sentada contemplando la muchachita mientras el cajero le vendía unos dulces; estaba dispuesta a hablarle y saber al menos cómo se llamaba. Ya a punto de acercársele, apareció Estella, quien le ordenó que fuera a buscar a Santiago su hermano mayor y se plantó frente a Irene.

La criatura se alejó y la voz de Estella retumbó en los oídos de Irene. -Es igualita a usted-, le dijo, debe sentirse muy mal por haberla dado en adopción, nunca se atreva a abordarla. Partió de viaje con sus padres en aquella Navidad y mi marido, que sabía cuánto lo amaba, me pidió que nos hiciéramos cargo y olvidáramos para comenzar de nuevo; lo que fortaleció la unión, permitiéndonos lograr vivir felices el resto del tiempo que nos quedaba juntos-.

-Señora, mis padres me obligaron-. Estella le respondió que le explicará eso a su conciencia, pues ahora Alina era su hija y bajo ninguna circunstancia permitiría que le dañara la vida rodeada del amor, que ella había osado negarle. Irene no aguantó más, la dejó con las palabras en la boca y corrió a buscar su vehículo en el parqueadero del cementerio, donde la enterraron a los dos días, tras el accidente que provocó al salir.



Patricia Helena Vélez R.
©Todos los derechos reservados.

LA CASA SIN PASOS

El llanto de las nubes gime sobre las rocas del patio, mientras mastica silencios en la mesa solitaria entre los vientos fríos del olvido.

La casa sin pasos que escuchar y aromas de otras vidas para respirar, suspendida en la quietud, aguarda por las palabras y las risas que llegarán con el amor y la fraternidad.
El último bocado se queda levitando entre las manos y los labios, nunca alcanza su garganta, que traga saliva para evadir el cansancio de escuchar la propia voz hablar con el gato.

Nadie entrará de puntillas ni habrá a quien nombrar y el tiempo, se ha vuelto demasiado viejo para soportar la espera que le llena de incertidumbres la boca y los sueños de ansias. La lora duerme y no para de llover.



Patricia Helena Vélez R.

lunes, 6 de octubre de 2014

CENIZAS AL VIENTO

-Se asomaba a la vida por las ventanas del alma, como el pájaro carpintero desde su nido en el tronco envejecido. No era de aquí y tampoco de allá. Iba por el mundo como un ser universal, tras de los sueños que quería conquistar en el panorama de la inmensidad. En el aquí discurría el trajinar de la cotidianidad y vivía la felicidad, para el mañana reservaba el devenir, sin afanes y ansiedades a seguir; ni el amor ni la fortuna pretendió enamorar, sólo amaba la libertad y sus alas para echarse volar.

-Ese era nuestro amigo y no creo que haya otra descripción mejor para retratar en pocas palabras el carácter de su humanidad, esa que ahora hecha polvo vamos a arrojar al viento desde esta peña que en vida eligió, para fundirse con los misterios del cosmos y no dejar enmarcados sus restos en memorias lapidarias, y quedarse esperando por la eternidad hasta el día del juicio final.

Después de pronunciar esas palabras, su amigo del alma destapó el cofre que contenía las cenizas de su mejor camarada, nos pidió que lanzáramos los pétalos de flores de todos los colores que estaban dispuestos para ello, a manera de homenaje, y lanzó al viento las oscuras cenizas, que hicieron una estela evanescente y desaparecieron en la cuesta del abismo.

Fotografía: ©Patricia Helena Vélez



Patricia Helena Vélez R. (2010)

COPOS DE AMOR

La calle lucía cargada de luminancias de colores y estrellitas azuladas.  Los copos descendían del cielo lentamente y las ramas de la arboleda comenzaban a verse vestidas de blanco.  Los chicos salieron enfundados en sus chaquetas, gorros y guantes de lana, a armar muñecos de nieve en los jardines congelados.  Al cabo de un rato, tú también saliste a disfrutar el alboroto de la chiquillada, que en cuanto tuvo la cuadra llena de gigantes de cara y figura redondeadas, adornados con bufandas y sobreros navideños, hizo una guerra nevada que mantuvo en calor los pequeños cuerpos ensopados, corriendo de un lado a otro felices, hasta que se cansaron y fueron a sus casas.  Temí perderte de vista y tuve suerte, pues para mi deleite, te quedaste sentada en las escalas a la entrada de tu hogar. 
Fot. PHVR
La noche tenía un tinte romántico y me torné sensible, mientras bebía a escondidas el vino robado y te contemplaba desde el corredor de mi casa, entre el adorable paisaje blanquecino y las luces que brillaban en la cornisa.  Mis sentidos se remontaron a tus labios e imaginé la sensación de su danza sobre los míos, el aroma del aliento confundido y el sabor húmedo de las bocas enlazadas exhalando humaredas provocadas por el frío.  Fui más allá, y fundido en el abrazo que mirándote no podía darte, inventé el perfume de tu cuerpo imposible de aspirar.  Ni siquiera podía acercarme, yo apenas era un adolescente soñando su primer idilio; pero pasé esa Navidad tan enamorado de esa imagen surrealista fundida en el horizonte albo, que cada diciembre, es uno de los mejores recuerdos platónicos que me trae la nieve.

Patricia Helena Vélez R.
Diciembre de 2010

©Todos los derechos reservados.






CALENDARIO DE MONOTONÍAS


Fotografía: ©Patricia Helena Vélez
Llueve hace semanas y hoy los pájaros no se posaron en la ventana, ni rompieron el silencio con sus trinos. En los últimos meses, el calendario ha sido una sucesión de páginas escritas por la monotonía. Los seres queridos son ausentes moradores de lejanías y los antepasados se fundieron con la tierra en sus tumbas de lápidas desgastadas; ahora habito en los tiempos del olvido y mi presencia no alcanza para llenar la estancia de palabras, pero se confabula con los sueños cuando acariciada por el vaivén de la mecedora, teje ilusiones para abrigar el futuro que quizá no llegará y repasa los recuerdos guardados en el sótano de las memorias, mientras contempla la evanescencia del ocaso tras el cristal y bebe los acostumbrados sorbos de leche tibia, que le permiten dormitar hasta la mañana siguiente y asistir a otro despertar, para darle vuelta a la siguiente hoja de la vida en soledad.



Patricia Helena Vélez R. (2010).