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lunes, 20 de abril de 2015

FRAGMENTOS DE UN DIARIO

Nada en espera, ni voy a ninguna parte. Los días se suceden y lo único que cambia es el tiempo, llueve, sale el sol y de nuevo la maldita llovizna que no se sabe donde generará un caos o una inundación, a lo que se sigue el sonido de las sirenas, anunciando que alguien corre peligro o ha muerto y los pitos de los automotores atorados en el trancón. Los instantes son más largos que de costumbre y extraño, ebria de nostalgia, las tardes frente al mar, mirando en sus ojos la inmensidad reflejada en las pupilas enamoradas.

Caen las noches con la misma lentitud, oscureciendo un cielo gris iluminado levemente por un tímido arrebol, que pronto se desvanece. Sigo la rutina y respondo a las necesidades existenciales, semejante a una autómata cansada de repetir lo mismo como un robot obediente. Observo los fantasmas de las cosas dibujados en las sombras y odio su silencio. A veces quisiera que me dijeran algo e hiciesen algún movimiento. Excepto por el televisor, que a ratos me entretiene y hasta me quita el insomnio, cuando todo alrededor es similar al plano de un cuadro histórico.

Logro conciliar el sueño en algún momento, cual rendija por la que puedo escapar y descansar de la ausencia. Cincuenta años, en la luz y la oscuridad, no se olvidan en unos meses; cuanta falta hace. En ocasiones mi pecho duele y pienso en la muerte sorprendiéndome con un vértigo fulminante, a modo de regalo feliz, eximia del cansancio ante del dolor ocasionado por una agonía larga y solitaria, sin su amorosa presencia. La tierra no me lo devolverá y mis evocaciones, no son sino delirios de una vieja repasando lo inolvidable.

Las salidas en las mañanas a caminar, para impedir que se acaben de oxidar las gastadas bisagras de mi cuerpo, y los recreos que hago yendo a jugar dominó con los viejos amigos, me disipan, pero al regreso vuelvo a sentir esa añoranza que me siembra en los recuerdos. El futuro parece un charco de aguas estancadas donde no es posible navegar. Me agrada escribir las impresiones de esta etapa del existir, es liberador, y quizá para quien las encuentre, una vez me haya ido, sean un descubrimiento interesante. Quise hacer un diario en varias oportunidades cuando estaba joven, pero las ganas de vivir no me dejaron sacar lugar. Dejaré estas memorias sin fechas, lo que no hubiera hecho antes, porque el reloj ya no cuenta para mí.

Posiblemente sea este el momento para realizar lo que no hice, por carecer de paciencia y padecer de hiperactividad, pues ya no hay manera de andar corriendo e inventando sueños y esperanzas para ir tras ellos. Camino parecido a los osos perezosos y me gasto el tiempo en parsimonias, orando, cuidando las matas que me acompañan, contemplando los pajaritos que atraigo con plátanos maduros y agua azucarada en el jardín y tejiendo maquinalmente, como si las oscilaciones de las agujas en función de las puntadas, fuesen un remedio eficaz para la ansiedad que me sobrecoge, mientras aprendo el arte del desapego.

Patricia Helena Vélez R.
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