Otras letras

lunes, 6 de octubre de 2014

COPOS DE AMOR

La calle lucía cargada de luminancias de colores y estrellitas azuladas.  Los copos descendían del cielo lentamente y las ramas de la arboleda comenzaban a verse vestidas de blanco.  Los chicos salieron enfundados en sus chaquetas, gorros y guantes de lana, a armar muñecos de nieve en los jardines congelados.  Al cabo de un rato, tú también saliste a disfrutar el alboroto de la chiquillada, que en cuanto tuvo la cuadra llena de gigantes de cara y figura redondeadas, adornados con bufandas y sobreros navideños, hizo una guerra nevada que mantuvo en calor los pequeños cuerpos ensopados, corriendo de un lado a otro felices, hasta que se cansaron y fueron a sus casas.  Temí perderte de vista y tuve suerte, pues para mi deleite, te quedaste sentada en las escalas a la entrada de tu hogar. 
Fot. PHVR
La noche tenía un tinte romántico y me torné sensible, mientras bebía a escondidas el vino robado y te contemplaba desde el corredor de mi casa, entre el adorable paisaje blanquecino y las luces que brillaban en la cornisa.  Mis sentidos se remontaron a tus labios e imaginé la sensación de su danza sobre los míos, el aroma del aliento confundido y el sabor húmedo de las bocas enlazadas exhalando humaredas provocadas por el frío.  Fui más allá, y fundido en el abrazo que mirándote no podía darte, inventé el perfume de tu cuerpo imposible de aspirar.  Ni siquiera podía acercarme, yo apenas era un adolescente soñando su primer idilio; pero pasé esa Navidad tan enamorado de esa imagen surrealista fundida en el horizonte albo, que cada diciembre, es uno de los mejores recuerdos platónicos que me trae la nieve.

Patricia Helena Vélez R.
Diciembre de 2010

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